En la plaza de San Carlos y delante de la catedral, Don Bosco encontró las caras de pequeños limpiachimeneas. Hablando con ellos (los limpiachimeneas tenían mucho respeto a los sacerdotes), pudo conocer su historia. Dijo: ¡Cuántos jóvenes buenos he encontrado entre los limpiachimeneas! Su cara estaba negra, pero ¡qué hermosa era su alma!.
Cuando en los valles de Lanzo, de Aosta, de Saboya, del Cantón Ticino, comenzaba la estación invernal, el pan escaseaba. Entonces los padres acompañaban a sus hijos a un adulto, jefe de los limpiachimeneas, escogido por su honradez y experiencia. Él los acompañaría en carros tirados por mulos, a Francia, a Suiza o al Piamonte. En los pueblos y en las ciudades las chimeneas comenzarían pronto a calentar las casas (entonces no existían los radiadores, y las casas se calentaban quemando leña o carbón en las chimeneas). Para que el funcionamiento de las chimeneas fuese bueno, hacía falta limpiarlas del hollín acumulado el año anterior.
Después de seis o siete meses de trabajo, el jefe de los limpiachimeneas tenía que acompañar a los muchachos entregando por cada uno a sus padres 25-30 liras (un obrero, en aquellos tiempos, ganaba 1-2 liras al día). Durante el trabajo, el jefe de los limpiachimeneas se comprometía a procurar un kilo de pan cada día a cada muchacho. Menestra y carne tenían que pedirla como limosna en las casas donde raspaban las chimeneas.
La madre hacía tres recomendaciones al jefe limpiachimeneas: hacerle decir una oración por la mañana y por la noche, no dejarle caer en el vicio de fumar, y estar atentos para que no fuera atropellado por los carros.
Cada jefe limpiachimeneas tenía una zona propia, subdividida en barrios. Cada barrio estaba servido por un jovencito de quince a dieciocho años, ya suficientemente desarrollado para trepar por la campana de la chimenea. Vigilaba un equipo de pequeños limpiachimeneas de siete a diez años. El limpiachimeneas pequeño y débil tenía que hacer el trabajo más duro: trepaba por el interior de la chimenea sirviéndose de las manos, de los codos, de las rodillas y de los pies. Subiendo, con una pequeña escofina desconchaba el hollín agrumado en las paredes. Durante un día de trabajo, un pequeño limpiachimeneas era capaz de limpiar hasta quince chimeneas.
El jefe limpiachimeneas alquilaba un salón o un desván, donde los limpiachimeneas dormían sobre paja y pasaban los días cuando tenían fiebre. Porque aquel trabajo obstruía los pulmones de los pequeños, producía bronquitis, pulmonías, tuberculosis. Y cuando un pequeño resbalaba y se caía de la chimenea, podía hacerse mucho daño. Todos los años había que contar con la muerte de alguno.
Los limpiachimeneas más pequeños, no conociendo el dialecto turinés y siendo esmirriados, corrían a veces el peligro de ser robados y golpeados por los otros muchachos obreros.
Desde el día de su primer encuentro, Don Bosco prestó una atención especial por los jóvenes limpiachimeneas.
El domingo, a buscar a Don Bosco, llega Bartolomé con sus amigos albañiles, llegan los limpiachimeneas de cara negruzca. Hace frío. Después de la Misa y del desayuno, Don Bosco los reúne en una capillita, enciende las luces, y les cuenta algún episodio bonito y luego les hace juegos de prestigio.
Comienza así la vida del primer Oratorio. El grupo de los pequeños obreros amigos de Don Bosco aumenta cada domingo. Llega también el primer muchacho salido de la cárcel. A él Don Bosco no le da sólo la Misa, el desayuno y la diversión; sino que, además, le procura un buen puesto de trabajo, garantizando ante el patrono su buena conducta. Si hace sol, salen de la capillita al patio, e intentan las primeras, tímidas, carreras.
Pero la mayoría se cansa y se sienta al sol para descansar de la larga y fatigosa semana (¡hasta 14 horas de trabajo al día!). Estar al sol es el descanso más deseado de los primeros muchachos de Don Bosco; se sienta también él, habla con ellos de la familia lejana, del trabajo.
Alguno se lamenta del patrono, de las condiciones en que debe trabajar. Iré a verte durante la semana -promete Don Bosco- y trataremos de arreglar lo que no esté bien. De esta manera se convierte en una ocupación fija para Don Bosco, durante la semana, el tratar de mejorar las condiciones de sus muchachos obreros, y buscar una ocupación para quien estuviera en el paro.
Los limpiachimeneas eran despreciados, robados por otros obreros, porque eran pequeños, frágiles, no sabían hablar bien la lengua del lugar donde vivían.
Los pequeños, los débiles, encuentran siempre a alguno que los desprecia, los explota. Es preciso ser muy bellacos para hacer daño a quien no sabe defenderse. Jesús se puso de parte de los débiles y de los pequeños diciendo: Lo que le hayáis hecho a ellos, lo habréis hecho a mí.
Tú, ¿cómo tratas a los que son más pequeños que tú?
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.