-Al caer las hojas, estaré de nuevo aquí, en medio de vosotros.
En la era de su casa paterna, a darle la bienvenida estaba la alegría rumorosa de los sobrinitos. Los hijos de Antonio, que se había construido una pequeña casa frente a aquella en que habitaban siendo muchachos, eran cinco: Francisca, la última, era una niñita vivaz de apenas tres años.
También José, frente a la casa paterna, había construido su casa y allí vivía con mamá Margarita y con cuatro hijos: Filomena que ya tenía once años, era la primera, Luis que aún daba vagidos en la cuna, el último.
Don Bosco es hospedado por José. El aire de sus colinas, el afecto silencioso de la mamá, los paseos que da cada vez más largos por la tarde entre las hileras donde la uva comienza a enrojecer, le van devolviendo vida y fuerzas.
En el mes de agosto, en un paseo, llega hasta Capriglio, el pueblo de su madre y de sus abuelos. Está regresando atravesando un bosque, cuando una voz dura le amenaza:
-O la bolsa o la vida.
Don Bosco se asusta. Responde:
-Soy Don Bosco; no tengo dinero.
Mira a aquel hombre que ha salido de entre las plantas empuñando una hoz, y en tono diverso continúa:
-Cortese, ¿eres tú quien quiere quitarme la vida?
Ha descubierto en aquel rostro cubierto por la barba a un jovenzuelo que se había hecho amigo suyo en las cárceles de Turín. También el jovenzuelo lo reconoce y querría hundirse y desaparecer.
-Don Bosco, perdóneme. Soy un desgraciado.
Le cuenta a trancas y barrancas una historia amarga y que se repite con frecuencia. Al salir de la prisión, en su casa ya no le han querido. También mi madre me volvió las espaldas. Me dijo que yo era el deshonor de la familia
Trabajo, ni hablar de ello. Apenas sabían que había estado en la cárcel, le cerraban la puerta en las narices.
Antes de llegar a Los Becchi, Don Bosco le ha confesado y le ha dicho: Ahora ven conmigo.
Lo presenta a sus familiares:
-He encontrado a este buen amigo. Esta noche cenará con nosotros.
Por la mañana, después de la Misa, le da una carta de recomendación para un párroco y para algunos buenos patrones de Turín y lo abraza.
Octubre. En las largas caminatas solitarias, Don Bosco ha construido lentamente su proyecto para el futuro inmediato. Al volver a Turín, irá a vivir en las habitaciones alquiladas a Pinardi. Allí, poco a poco, dará hospitalidad a los muchachos que no tienen familia.
Pero aquel lugar no es adecuado para un sacerdote solo. No lejos está la taberna ardinera, donde los borrachos cantan hasta muy entrada la noche. Debería vivir con otra persona que le dé garantías frente a las maledicencias que se difunden rápidamente.
Ha pensado en su madre. Pero, ¿cómo decírselo? Margarita tiene cincuenta y ocho años y en Los Becchi es una reina. ¿Cómo arrancarla de su casa, de sus nietecitos, de las costumbres serenas de cada día?
-Mamá -le dice una noche sacando todo su valor-, ¿por qué no se viene a pasar algún tiempo conmigo? He alquilado tres habitaciones en Valdocco y pronto hospedaré a muchachos abandonados. Un día me dijo que si yo llegase a ser rico no habría ido nunca a mi casa. Ahora, en cambio, soy pobre y estoy cargado de deudas; y vivir solo en aquel barrio es peligroso para un sacerdote.
Aquella mujer anciana responde:
-Si crees que esta es la voluntad del Señor voy contigo.
Margarita, la mamá de Don Bosco, a los cincuenta y ocho años dejó su casa y fue a la periferia de la ciudad para hacer de mamá de los muchachos abandonados.
Fue un sacrificio grande el suyo. Pero lo hizo pensando que tal era la voluntad de Dios
La voluntad de Dios, que se manifiesta a través de los acontecimientos, a veces nos pide grandes sacrificios: día de estudio intenso, jornadas de enfermedad, trabajo extra para echar una mano a quien no puede más.
¿Soy capaz de afrontar el sacrificio, es decir, lo que me cuesta, lo que no me gusta, pero que debo hacer porque es mi deber?
Sólo quien sabe afrontar el sacrificio con valor no es ya un niño, sino un hombre, más aún, un verdadero hijo de Dios.
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.