Mientras espera la vuelta de Bartolomé y la llegada de sus amigos, Don Bosco continúa explorando la ciudad.
En el mercado de Puerta Palazzo se ve rodeado de muchachitos insistentes, decididos:
-¿Quiere comprar algo, señor cura? Conozco a todos los comerciantes. Usted diga qué quiere y le serviré a un buen precio.
-¿Quiere que le limpie los zapatos? Aquí tiene un amigo que por dos perras se los dejará brillando.
Don Bosco se acerca a un grupito aparte:
-¿Qué hacéis aquí?
-Esperamos a alguien que nos acepte todo el día.
-¿Y si nadie os llama?
-Esperaremos aún. No podemos hacer otra cosa que esperar.
Mientras Don Bosco se interesa por un pequeño grupo, no muy lejos algunos jóvenes intentan un robo en el puesto de un vendedor.
Se forma un guirigay: persecusiones, gritos; acuden algunos guardias que silban enérgicamente atrayendo la atención de otros, situados en su alrededor. Un joven, con lo robado aún entre las manos, es detenido, golpeado, arrestado. Lo llevan fuera con las esposas en las muñecas.
Don Bosco mira impresionado. Pregunta a algunos muchachos que han seguido con él la escena:
-¿Y ahora que le harán?
-Lo llevan a la cárcel. Siempre pasa lo mismo si uno no sabe esperar y se deja llevar por el hambre…
Aquella noche, Don Bosco cuenta emocionado a don Cafasso lo que ha visto.
-Tendrá trece años como mucho. ¡Y lo han llevado a la cárcel!
-Hasta ahora conocías sólo la pobreza de los campos. Ahora conoces la miseria de la ciudad. En nuestras colinas, si un muchacho robaba por hambre, tal vez le gritaban. Aquí lo meten en la cárcel, no hay compasión con ninguno. Mañana iremos a encontrarlo, a ese muchacho. Le han llevado ciertamente a la cárcel junto a la iglesia de los Santos Mártires. Pero ármate de valor; porque verás a bastantes.
El día después van a la cárcel. En salones colectivos están amontonados hombres y muchachos. Don Bosco se siente profundamente turbado en aquellos corredores oscuros, con las paredes húmedas, viendo el aspecto triste y escuáliddo de los detenidos. Siente horror y también la sensación de sofoco. Hay un gran número de jovencitos de doce a dieciocho años, todos sanos, robustos, de ingenio despierto. Verlos allí ociosos, roídos por los insectos, faltos en absoluto de pan espiritual y material, fue algo que me hizo entremecer.
Encuentra, asustado y descompuesto, al muchacho que había intentado robar en Puerta Palazzo. Habla con él, con los demás, superando su desconfianza. Así llega a conocer sus tristes historias, su envilecimiento. El delito más común es que han robado. Por el hambre, siempre por el hambre.
Se informa de sus condiciones. Son alimentados con pan negro y agua. Deben obedecer por fuerza a los carceleros, que tienen miedo y por eso pegan por el más mínimo pretexto. Lo peor es que los adultos sinvergüenzas, a veces verdaderos delincuentes, en aquellos salones se convierten en maestros de vida.
Al salir, Don Bosco ha tomado una decisión inquebrantable: Hay que impedir a toda costa que muchachos tan jóvenes acaben en la cárcel. Quiero ser el salvador de estos jóvenes. Volverá más veces a las cárceles. Se hará amigo, uno por uno, de aquellos muchachos desgraciados. Y obtendrá de cada uno una promesa: Cuando salga de aquí, iré a buscarle a usted. Y usted me ayudará a encontrar un puesto de trabajo honrado, a rehacer otra vida.
Muchachos en la cárcel. Los hay también hoy, aunque la cárcel no se llama ya prisión, sino correccional para menores .
¿Por qué algunos muchachos acaban en el correccional también hoy? Por dos motivos principales: no han tenido una familia que los hiciese crecer bien; han frecuentado compañeros malos, falsos amigos que los han guiado por el camino de la droga, del robo, de la huida de casa…
¿Echas una mano a tu familia para que puedas crecer bien? ¿Obedeces? ¿Quieres mucho a todos?
¿Cómo son los compañeros que frecuentas? Buenos y malos los hay en todas partes. Te toca a ti escoger, con valor.
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén