Día 30: “Vengo de la Valsesia. Tenía 3 liras”




Don Bosco y su madre, en Turín, viven en tres habitaciones pobrísimas de la casa Pinardi. Algún tiempo después, mientras cae del cielo una lluvia abundante, un muchacho llama a la puerta del Oratorio. Don Bosco y su madre (llegados hacía poco) están trabajando al lado del fuego encendido.

Don Bosco va a abrir. Se encuentra ante un muchacho empapado hasta los huesos, temblando y con los ojos desesperados:
-Por favor, déjeme entrar un momento. Bajo la lluvia no puedo más.
-Entra, ponte junto al fuego. Mamá, déle algo para que se pueda secar.

En el silencio que sigue, mientras el calor del fuego le calienta el corazón, la boca del muchacho se abre y, balbuceando, cuenta una triste historia.
-No tengo ni padre ni madre. En la Valsesia sufríamos el hambre. Mi tío me dijo un día: Yo no puedo siquiera mantener a mis hijos, ¿qué puedo hacer para mantenerte a ti? Te doy todo el dinero que tenemos en casa, 3 liras. Y tú vas a Turín. Un puesto de trabajo lo encontrarás. Sabes el oficio del albañil

He venido a pie. Algún campesino me dejaba montar en su carro, cuando los pies no podían más. En Turín he buscado, he buscado…pero bajo esta lluvia que no cesa nunca, todas las obras están paradas. He gastado mis 3 liras y no he encontrado trabajo.
-¿Y ahora adónde irás?

Silencioso se echa a llorar, largo rato. También mamá Margarita llora. Luego, con una gran tristeza en la voz:
-No conozco a nadie. Si me echan fuera… Oh, por favor, no mandarme fuera. Dejadme pasar aquí al menos esta noche.

Mamá Margarita ya ha salido, ha recogido bajo la lluvia cuatro ladrillos, los pone delante del fuego y encima coloca algunas tablas. Murmura:
-Pasarás aquí esta noche.

Sobre las tablas, mamá Margarita extiende un jergón de pajas, lleva dos sábanas y una manta. Dicen juntos las oraciones. Y cuando aquella mujer de cincuenta y ocho años, con amor materno, le arregla bien la manta, el muchacho dice, casi sin pensarlo:
-Buenas noches, mamá.

El primer huérfano, mandado por la lluvia y por Dios ya ha llegado.




Don Bosco y su madre tenían sólo tres salitas pobrísimas, pero hospedaron a un muchacho que no sabía adónde ir.

Es muy fácil decir: Yo no tengo nada, no puedo ayudar a nadie. En cambio, aun cuando se es pobrísimo, se puede ayudar a uno más pobre que nosotros. Miremos a nuestro alrededor. ¿Podemos ayudar a alguien? ¿Cómo?



Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.

Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.

Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.

Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.