Mañana del 8 de diciembre de 1841, fiesta de la Inmaculada.
Don Bosco llevaba ya 35 días en Turín. Cuenta él mismo:
"Me encontraba revistiéndome con los ornamentos sagrados para celebrar la santa Misa. El sacristán, José Comotti, al descubrir en un rincón a un jovencito, le invitó a que me ayudara a Misa.
-No sé -respondió él, muy avergonzado.
-Venga, tienes que hacerlo -insistió.
-No sé, no lo he hecho nunca.
-¡Eres un animal! -afirmó furiosamente el sacristan.- Si no sabes ayudar a Misa, ¿a qué vienes a la sacristía?
Mientras decía esto, agarró el mango del plumero y la emprendió a golpes en la espalda y en la cabeza de aquel pobrecillo.
Mientras éste echaba a correr, grité yo con fuerza:
-¿Qué hace? ¿Por qué pegarle de ese modo? ¿Qué ha hecho?
-¿Por qué viene a la sacristía, si no sabe ayudar a Misa?
-Pero usted ha hecho mal.
-¿Y a usted que le importa?
-Me importa mucho; se trata de un amigo mío. Llámele inmediatamente, necesito hablar con él.
El sacristán corrió tras él, asegurándole que no le haría daño y lo condujo a mi lado. El muchacho se acercó temblando y llorando por los golpes recibidos. Le pregunté con cariño:
-¿Has oído la Misa?
-No
-Ven, pues, a oírla. Después me interesaría hablarte de un asunto que te va a gustar.
Aceptó. Celebrada la santa Misa y practicada la debida acción de gracias, trasladé a mi aspirante a un coro. Sonriendo y asegurándole que no debía temer más bastonazos, empecé a preguntarle de esta manera:
-Mi buen amigo, ¿cómo te llamas?
-Bartolomé Garelli
-¿De qué pueblo eres?
-De Asti
-¿Vive tu padre?
-No, mi padre ha muerto
-¿Y tu madre?
-Mi madre ha muerto también
-¿Cuántos años tienes?
-Tengo dieciséis
-¿Sabes leer y escribir?
-No sé nada
-¿Sabes silbar?
Bartolomé se echó a reír. Era lo que yo quería. Comenzamos a ser amigos.
-¿Has hecho la primera Comunión?
-Todavía no
-¿Te has confesado alguna vez?
-Sí, pero cuando era pequeño
-Ahora, ¿vas a catecismo?
-No me atrevo
-¿Por qué?
-Porque mis compañeros más pequeños saben el catecismo, y yo, tan mayor, no sé nada. Por eso me da vergüenza ir a las clases.
-Si te diera catecismo aparte, ¿vendrías a escucharlo?
-Vendría con mucho gusto, siempre que no me peguen.
-Estate tranquilo, nadie te tratará mal. Al contrario, serás mi amigo, tendrás que tratar conmigo y con nadie más. ¿Cuándo quieres que comencemos nuestro catecismo?
-Cuando usted quiera.
-¿Esta tarde?
-Con mucho gusto!
Don Bosco se arrodilla y reza con fervor una Avemaría. Luego hace la señal de la cruz para comenzar, pero se da cuenta de que Bartolomé hace un gesto que recuerda vagamente la señal de la cruz. Entonces, con dulzura, le enseña a hacerla bien. Y le explica en dialecto (¡los dos son de Asti!) por qué llamamos Padre a Dios. Al final le dice:
-Querría que vinieses también el domingo próximo.
-Con gusto
-Pero no vengas solo. Trae contigo a tus amigos.
Bartolomé, albañilito de Asti, es el primer embajador de Don Bosco entre los jóvenes obreros del barrio. Cuenta su encuentro con el sacerdote simpático que sabe silbar también él, y comunica su invitación
Don Bosco enseña a Bartolomé a hacer la señal de la Cruz. ¿Sabes tú hacerla bien? ¿Sabes bien las palabras?
Con el gesto trazamos sobre nosotros la figura de la cruz de Jesús. Con las palabras decimos a Dios que queremos vivir bajo la protección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir de Dios.
¿La señal de la Cruz se hace sólo al entrar y salir de la iglesia? Un verdadero cristiano la hace también por la mañana la despertarse, y por la noche antes de dormirse, para comenzar y acabar sus días bajo la protección del Señor.
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.