Día 16: “Las manzanas de José Blanchard”



Los compañeros veían que Juan sufría muchas veces hambre. A un amigo suyo, José Blanchard, le daba pena. Y puesto que su madre era vendedora de fruta y verdura en el mercado, iba muchas veces a su puesto y, a escondidas, se llenaba los bolsillos de manzanas y castañas. La madre de José no era una ingenua. Veía y hacía como si no viera nada.

Un día el hermano de José, Leandro, dijo enfadado a su madre:
-¿Cuándo darás una buena lección a José? Te coge la fruta delante de tus narices y tú no te das cuenta de nada. Si hubiera cinco o seis que hicieran lo mismo, ¡buenas ganancias sacaríamos del mercado!

-No hay cinco o seis; es sólo José – respondió tranquila la mujer- Yo apruebo con gusto sus maniobras. Sé que lo hace para dar de comer a Juan Bosco. Y estoy contenta de que lo haga. Juan es buen muchacho y el hambre a su edad es un problema que puede hacer malos a muchos.

Juan aceptaba aquella fruta como una bendición del cielo. La devoraba. Luego decía:
-Gracias, José. Tú das de comer a un hambriento, y Dios te recompensará. Pero también yo espero poder recompensártelo algún día.

Un viejecito con un plato en la mano

Ya anciano, volviendo un día a Chieri, Don Bosco vio a José Blanchard, su amigo. También Blanchard era un viejecito. Iba despacio por la calle llevando en la mano un plato de menestra y una botella de vino. Don Bosco estaba hablando con un grupo de sacerdotes. Los dejó de golpe y fue contento al encuentro con aquel viejecito.

-¡Querido Blanchard! ¡Qué alegría volver a verte! ¿Cómo estás?
-Bien, bien señor caballero -respondió impactado tratando de seguir su camino.

La cara de Don Bosco se puso triste:
-¿Por qué me llamas caballero? ¿Ya no eres mi amigo? Yo soy el pobre Don Bosco, siempre pobre como cuando tú me quitabas el hambre.

Se volvió a los sacerdotes que se habían acercado:
-Señores, este es uno de los primeros bienhechores de Don Bosco. Yo era un pobre estudiante que sufría hambre; y él compartía su comida conmigo. No tenía miedo de coger la fruta de su madre para quitarme el hambre. Y su madre, que lo veía todo, cerraba los dos ojos y le dejaba hacer. Una gran madre y un buen hijo.

Luego se dirigió a Blanchard azoradísimo con su plato y su botella:
-Quiero que todos lo sepan. Porque tú hiciste todo lo que podías por mí. Cada vez que vayas a Turín, ven a encontrarme en Valdocco. Debes venir a comer conmigo, aunque tal vez el hambre no te la quitarás toda en mi pobre mesa.

En 1886, José Blanchard supo que Don Bosco estaba enfermo y fue a Turín a visitarlo. Subió a su habitación, pero el secretario don Viglietti, que vigilaba delante de la puerta, no quería dejarlo entrar.
-Don Bosco está muy mal y descansa. No puede recibir a nadie.

El viejecito dio vueltas al sombrero en las manos. Le disgustaba que Don Bosco estuviera mal, pero le dolía también haber hecho un camino tan largo para nada. Dijo al secretario:
-Digale que está Blanchard. Verá que me recibirá.

No hizo falta que don Viglietti entrara. A la otra parte de la puerta, Don Bosco había reconocido la voz. Se había levantado de la cama con dificultad y estaba yendo a su encuentro. Le echó los brazos al cuello, le hizo entrar y sentar a su lado.
-Bien, Blanchard, te has acordado del pobre Don Bosco, ¿Cómo va tu salud, cómo va tu familia?

Hablaron mucho tiempo, del presente lleno de achaques para los dos, del pasado cuando eran fuertes y desafiaban a los charlatanes en las calles de Chieri.

-¡Eras un cañon, Juan, un cañon!
-Ahora los cañones de aquellos tiempos los ponen en los museos, querido Blanchard. Somos viejos los dos y debemos pensar en el desahucio que pronto nos darán. Menos mal que del Paraíso nadie nos desahuciará.

Había llegado la hora de la comida. Don Bosco se excusó:
-Como ves, Blanchard, mis piernas están hinchadas como dos troncos de árboil. Ya no son capaces de subir escaleras. No puedo bajar para comer contigo. Pero quiero que tú comas en medio de mis salesianos.

Llamó a Don Viglietti:
-Harás que este mi querido amigo coma en mi sitio, entre los salesianos. Rezaré por ti, Blanchard, y tú no te olvides de tu pobre Don Bosco.

Confundido, el viejecito comió aquel día rodeado de los superiores de la Congregación. Y contó su amistad con Juan en Chieri, sus desafíos al saltimbanqui, los días fabulosos de la Sociedad de la alegría.
¡Juan era tan bueno ya entonces! -dijo conmovido-. Y cuando hablaba, nos encantaba a todos.




Reconocimiento. Significa reconocer el bien que los demás nos hacen o nos han hecho, y corresponder con gestos que demuestran nuestro afecto y nuestro agradecimiento.

Muchísimos reciben cosas buenas: de los padres, de los profesores, de los amigos…Poquísimos demuestran reconocimiento.

Un proverbio antiguo llegaba a afirmar: Beneficencia y gratitud son dos señoras que nunca se han encontrado.

¿Sé yo demostrar gratitud? Es decir: ¿sé decir gracias cuando recibo algún bien?
¿Sé mandar una postal (del paseo, de las vacaciones) a las personas que me han hecho algún bien?
¿Sé rezar por quien me ha ayudado?

Puedo hacer un cálculo sencillo pero muy significativo: ¿cuántas veces digo gracias en un día?
Al Señor, a mis padres, a los amigos…



Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.

Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.

Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.

Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.

Amén.