Día 31: “El pequeño barbero”


Luego llegan otros muchachos: excarcelados que la familia no quiere acogerlos más en casa porque se han deshonrado; huérfanos que se han quedado solos en pocos días; pequeños obreros despedidos porque no saben trabajar bien. De año en año su número crecerá. Llegarán a ser ochocientos. Para aquellos primeros muchachos Don Bosco transforma dos habitaciones próximas en dormitorios. Ocho camas, un Crucifijo, una imagen de la Virgen, un cartelito con las palabras: Dios te ve.

Por la mañana, pronto, Don Bosco dice la Misa para ellos; luego, con un panecillo en el bolsillo se van a trabajar a la ciudad, a los sitios que Don Bosco les ha buscado. Él va con ellos a la ciudad: a pedir limosnas para mantenerlos y vestirlos, a verlos y a defenderlos en el lugar de trabajo.

Un día llega Carlitos Gastini.
Don Bosco había entrado en una barbería. El mocito se había acercado para enjabonarlo.

Don Bosco comenzó enseguida a hablarle, como hacía con todo muchacho que encontraba:
-Yo me llamo Don Bosco, ¿y tú?
-Carlitos Gastini

-¿Y cuántos años tienes?
-Once

-Eres pequeño y trabajas ya muy bien. ¡Bien! ¿Ha sido tu papá quien te ha enseñado a trabajar?
-No. Mi papá ha muerto

-Oh, pobrecito, lo siento. También yo perdí a mi papá cuando era pequeño. Sólo tenía dos años. Mi mamá ha trabajado mucho para hacerme crecer bien. Creo que también la tuya te querrá mucho.
-Sí, aunque está lejos. Y a veces lloro pensando en ella.

El enjabonado está acabado. El muchacho se aparta.
-¿Por qué te vas ahora? ¿No te afeitas?
-No, eso lo hace el patrono. Yo sólo puedo usar la brocha.

-Apuesto a que, en cambio, sabes usar muy bien la navaja. Ánimo, tómala y aféitame. Soy sólo un sacerdote y, si vuelvo a casa con algún corte, nadie me dice nada.

El patrono oye y acude:
-Pero ¿qué dice, reverendo? El muchacho todavía no es práctico y yo no quiero que se pueda decir que en mi barbería ¡se corta la nariz a los sacerdotes!

-Pero Carlitos no me cortará la nariz. Venga, dígale que tome la navaja y haga la primera prueba en mí. Alguna vez deberá comenzar. ¡Ánimo, Carlitos, yo me fío de ti!

Carlitos, visto que el patrono alzó los hombros en señal de que se rendía, toma la navaja, la pasa varias veces por el cuero para afilarla y luego la acerca a la cara de Don Bosco y con la máxima concentración comienza el trabajo.

Por las mejillas todo va óptimamente, pero alrededor de aquel mentón delgado y huesudo suda siete camisas para afeitar la barbilla y nada más. Acaba orgulloso y sudando; temblando como una hoja.

-¡Bien, Carlitos!- le dice Don Bosco olvidando los tirones un poco bruscos y un par de cortes que sangraban-. Te lo he dicho: eres un campeón. Desde ahora, si paso por estos lugares, vendré a dejarme afeitar por ti. Pero querría que también tú vinieses alguna vez donde vivo yo: en el Oratorio de Valdocco, frente a la rotonda de la horca. Hay muchos muchachos que van a jugar los domingos. Cuando estés libre, ven también tú. Seremos amigos.

Carlitos Gastini comenzó a frecuentar el Oratorio todos los domingos.
Más tarde, un día Don Bosco no volvió a verlo. Fue a buscarlo (él sentía la falta de un muchacho, y sufría gran pena). Lo encontró cerca de la barbería llorando.
-¡Carlitos! ¿Qué te ha pasado?
-Ha muerto mi mamá. Y el patrono me ha despedido porque ya nadie paga la menestra para mí.

Lloró con desesperación apoyado en Don Bosco, y barbulló:
-¿Y ahora adónde voy?
-¿Adónde vas? Ven conmigo. ¿Somos o no somos amigos? Mira, yo soy un pobre sacerdote, pero aunque me quedara sólo un pedazo de pan, lo compartiría contigo.

Mamá Margarita preparó una cama más, y Carlitos encontró una nueva familia.
Permaneció cinco años en el Oratorio. Llegó a ser el presentador y el bufón de todas las fiestas. Pero cuando hablaba de Don Bosco, aún después de la muerte de su gran amigo, lloraba como un niño. Decía: Me quería mucho.


Aunque me quedara sólo un pedazo de pan, lo compartiría contigo, es una de las grandes frases dichas por Don Bosco. Expresa todo su amor a los muchachos pobres.

¿Sé yo compartir con los demás?, ¿compartir mi juego, mis dulces, mi tiempo para ayudar a un compañero que no ha comprendido la lección? Jesús no me ha dado la mitad de su vida: me la ha dado toda entera, en la cruz.

Pediré a Jesús y a Don Bosco que me ayuden a ser generoso, a compartir con los demás lo que querría por entero para mí.



Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.

Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.

Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.

Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.