En septiembre de 1829 (Juan tenía catorce años de edad y acababa de regresar de la granja Moglia), a Morialdo había ido a establecerse como capellán don Juan Melchor Calosso, sacerdote de unos setenta años, que había renunciado unos años antes a la parroquia de Bruino.
Era un sacerdote venerable, cargado de años y de experiencia pastoral.
En noviembre hubo una misión predicada en el pueblo de Buttigliera. Fue también Juan, y también don Calosso. Mientras volvía a casa, el viejo sacerdote notó entre la gente a aquel muchachito de catorce años que iba solo.
-¿De dónde eres, hijo mío?
-De Los Becchi. He ido al sermón de los misioneros.
-Quien sabe qué habrás entendido con tantas citas en latín -y sacudió la cabeza blanca sonriendo- Tal vez tu mamá te habría podido hacer un sermón más oportuno.
-Es verdad, mi madre me da muchas veces buenos sermones. Pero me paree que he entendido también a los misioneros.
-A ver, si me dices cuatro palabras del sermón de hoy, te daré cuatro peras.
Juan comenzó tranquilo y recitó al capellán el sermón entero, como si lo leyera en un libro.
Don Calosso no dejó transparentar su emoción, y le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Juan Bosco. Mi padre murió cuando yo era todavía un niño.
-¿Qué clase has hecho?
-He aprendido a leer y a escribir por medio de don Lacqua, en Capriglio. Me gustaría seguir estudiando. Pero mi hermano mayor no quiere saber nada y los párrocos de Castelnuovo y Buttigliera no tienen tiempo para ayudarme.
-¿Y para qué querrías estudiar?
-Para ser sacerdote.
-Di a tu mamá que venga a verme en Morialdo. Tal vez podría echarte una mano, aunque soy anciano.
Margarita, sentada delante de la mesa de Don Caloso, le oyó decir:
-Su hijo es un prodigio de memoria. Es preciso que se ponga a estudiar en seguida, sin perder más tiempo. Yo soy viejo, pero todo lo que yo pueda hacer todavía, lo haré.
Se pusieron de acuerdo en que Juan habría estudiado con el capellán, no distante de Los Becchi. A casa iría sólo a dormir. Sin embargo, en los momentos de más trabajo en el campo, habría ayudado a los suyos. Juan obtuvo de golpe lo que le había faltato tanto tiempo: confidencia paterna, sentido de seguridad, confianza.
Me puse en seguida en las manos de don Calosso -escribe-. Me di a conocer a é tal como era. Le manifestaba con naturalidad mis deseos, mis pensamientos y mis acciones.
Así conocí cuánto vale un director fijo, un amigo fiel del alma, pues hasta entoncesno lo había tenieo. Me prohibió enseguida, entre otras cosas, una penitencia que yo acostumbraba a hacer y que no era proporcionada a mi edad. Me animó a frecuentar la confesión y comunión, y me enseñó a hacer cada día una breve meditación y un poco de lectura espiritual>>.
Con él morían todas mis esperanzas
Alrededor de septiembre de 1830 (tal vez para acabar con toda tensión posible con Antonio) fue establecerse con don Calosso aun por la noche. Volvía sólo una vez por semana para cambiarse de ropa.
Los estudios progresaban rápidamente y bien. Don Bosco recordaba estos días con palabras de entusiasmo: Nadie puede imaginar mi gran alegría.
Don Calosso se convirtió para mí en un ídolo. Le quería más que a un padre, rezaba por él y le servía con ilusión en todo. Aquel hombre de Dios me apreciaba tanto, que me dijo varias veces:
-No te preocupes de tu porvenir; mientras yo viva, nada te ha de faltar; y, si muero, también proveeré.
Me consideraba feliz en todo y nada del mundo deseaba, cuando un desastre truncó el camino de mis esperanzas
Una mañana de noviembre de 1830, mientras Juan está en su casa para cambiar el hatillo de la ropa, llega una persona para decirle que don Calosso se encontraba grave.
Más que correr, volé, recuerda Don Bosco. Había sufrido un infaró. Reconoció a Juan, pero no logró hablarle. Le indicó la llave de una cajita, indicando por señas que no la entregara a nadie.
Y todo acabó. Al muchacho no le quedó sino llorar desesperadamente sobre el cadáver de su segundo padre.
Con él morían todas mis esperanzas
Me quedaba todavía una esperanza: la llave. En la cajita había 6,000 liras. Por las señas de don Calosso resultaba evidente que eran para él, para su porvenir. Se lo confirmaban algunos que habían asistido al moribundo. Algún otro sostenía, en cambio, que los gestos de un moribundo no quieren decir nada: sólo un testamento regular da o quita derechos.
Los sobrinos de don Calosso, cuando llegaron, se comportaron como personas honradas. Se informaron y luego dijeron a Juan:
-Parece que nuestro tío quería dejarte a ti este dinero. Toma todo lo quieras.
Juan se quedó pensando; luego concluyó:
-No quiero nada.
Ahora Juan estaba de nuevo solo. Tenía quince años y se encontraba sin maestro, sin dinero, sin planes para el futuro. Lloraba inconsolable, escribe.
REFLEXION
El sacerdote. Una persona un poco misteriosa, tal vez, para ti.
Y, sin embargo, era un muchacho con tú, cuando aceptó la invitación de Jesús para ser sacerdote. ¿Qué quiere decir esto?
Sacerdote es aquel que, en medio de la gente, ocupa el puesto de Jesús. Hace lo que hacía Jesús. Jesús consumió su vida para llevar a la gente a la Palabra de Dios, para invitar a pensar menos en la tierra y más en el Cielo. Pasó de pueblo en pueblo para convencer a todos a sanar al egoísmo, de la prepotencia, de la sensualidad: los grandes males que crecen en el corazón y llevan a la ruina y a la perdicion eterna. Jesús llevó a todos el perdón de Dios. Y demostró un amor tiernísimo a los pequeños, a los enfermos, a los pobres.
Un sacerdote es Jesús que sigue viviendo entre la gente.
Hoy recemos juntos una oración por todos los sacerdotes del mundo, y por los muchachos que serán los sacerdotes de mañana, para ser Jesús en medio de nosotros.
ORACION
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.