Día 13: “La sociedad de la alegría y los desafíos al saltimbanqui”




La sociedad de la alegría y los desafíos al saltimbanqui

Los éxitos escolásticos hicieron que muchos escolares admiraran a Juan. Y él, en seguida, pensó: ¿Por qué no aprovechar esto para hacerles el bien?. Fundaron juntos una pandilla y la bautizaron la Sociedad de la Alegría. En 1832 mis compañeros me honraban como capitán de un pequeño ejército. Jugaban a los tejos, a las muletas, los saltos, las carreras (¡el balón todavía no se había inventado!). Partidos ardorosos y llenos de alegría. Cuando se cansaban, sobre una mesita colocada sobre la hierba verde, Juan hacía los juegos de prestigio.

Todas las fiestas íbamos a la iglesia de San Antonio, donde los jesuitas tenían una catequesis estupenda, amenizada con algunos ejemplos que aún guardo en la memoria.

Cuatro desafíos al saltimbanqui

Pero un domingo en la iglesia de San Antonio hubo pocos fieles. Había llegado un saltimbanqui que por la tarde del domingo daba espectáculos de alta acrobacia y desafiaba a los jóvenes más ágiles de la ciudad en carreras y en saltos. La gente acudía. Juan, molesto al verse plantado por los suyos, fue a ver. Era un verdadero atleta. Corría y saltaba con la potencia de una máquina y tenía la intención de quedarse en la ciudad largo tiempo.

Juan reunió a los mejores de los suyos:
-Si ese saltimbanqui sigue dando espectáculo la tarde de los domingos, nuestra Sociedad corre el peligro de deshacerse. Haría falta que alguno de los que lo desafían le ganase. Podría pactar con él.
-¿Y quién le gana?
-Se podrá encontrar alguno. No se trata del fin del mundo. En la carrera, por ejemplo, yo no me siento en nada inferior a él.

Juan tenía diecisiete años y se sentía fuerte. Pero en las Memorias añade en seguida: No había medido las consecuencias de mis palabras.
Un compañero imprudente fue a contárselo a él y héteme metido en un desafío: ¡un estudiante desafía a un corredor de profesión!

El lugar escogido fue la alameda de la Puerta de Turín. Se trataba de atravesar corriendo toda la ciudad. La apuesta era de 20 liras, un mes de pensión. Juan no las tenía, pero los amigos de la Sociedad las reunieron. Asistía una enorme multitud, recuerda Don Bosco.

Comenzó la carrera, y el saltimbanqui sacó unos diez metros de ventaja. Era un velocista, mientras Juan era más mediofondista. En seguida gané terrero y lo dejé tan atrás que se paró a la mitad de la carrera, dándome por ganada la partida. Todo debía haber terminado, pero el saltimbanqui pidió la revancha. Te desafío a saltar, me dijo. Pero hemos de apostar 40 liras. Aceptamos el desafío. Escogió el lugar: había que saltar un pequeño canal que tenía la orilla reforzada por un parapeto. El saltimbanqui se lanzó y puso los pies junto al parapeto. Más allá no se podía llegar – recuerda Don Bosco-. Yo podía perder, pero no ganar el desafío. Pero el ingenio vino en mi ayuda. Di el mismo salto, pero, apoyando las manos sobre el parapeto, caí de la otra parte Un rudimental salto con pértiga. Total, Juan ganó.

El saltimbanqui estaba enfadado, por las liras y también por la gente que comenzaba a reírse de él. Quiero todavía otro desafío. Escoge el juego de destreza que prefieras
Acepté. Elegí el de la varita mágica, apostando 80 liras. Tomé una varita, puse un sombrero en su extremo y apoyé la otra extremidad en la palma de la mano. Después, sin tocarla con la otra, la hice saltar hasta la punta del dedo meñique, del anular, del medio, del índice, del pulgar; la pasé por la muñeca, por el codo, sobre los hombros, a la barbilla, a los labios, a la nariz, a la frente; luego, deshaciendo el camino, volvió otra vez a la palma de la mano.

-Esta vez no perderé- me dijo muy seguro. Tomó la misma varita y con maravillosa destreza la hizo caminar hasta los labios, en donde chocó con la nariz, un poco larga, y, al perder el equilibrio, no tuvo más remedio que cogerla con la mano, porque se le caía al suelo.

Llegados a este punto, Juan siente compasión por aquel hombre, que en el fondo es un buen trabajador. El infeliz, viendo que le volaba su dinero, exclamó casi furioso: “Pongo las 100 liras que tengo. Las ganará aquel de los dos que coloque sus pies más cerca de la punta de aquel árbol”. Aceptamos también esta vez
En cierto modo hasta nos hubiese gustado que ganase, pues nos daba lástima y no queríamos arruinarlo.

Sube primero él, olmo arriba; llega con los pies a tal altura, que a poco más que hubiera subido se habría doblado el árbol, cayendo a tierra el que intentase encaramarse más arriba. Todos convenían en que no era posible subir más alto. Lo intenté. Subí cuanto fue posible sin doblar al árbol; después, agarrándome en el árbol con las dos manos, levanté el cuerpo y puse los pies un metro más arriba que mi contrincante.

Abajo estallaron aplausos. Mis amigos se abrazaban, saltaban de alegría. El pobrecillo estaba, en cambio, triste hasta llorar. Entonces le devolvimos el dinero, a condición de que nos pagara una comida en la fonda del Muletto.

Don Bosco escribe en el cuaderno de las Memorias las liras que le costó aquella comida colectiva, 25, y las que el saltimbanqui pudo volver a guardarse en el bolsillo, 215. Y recoge también las palabras que aquel atleta (después de haber aceptado marcharse de la plaza) dijo a los muchachos:Devolviéndome el dinero me evitáis la ruina. Os lo agradezco de corazón. Guardaré de vosotros grata memoria. Pero en la vida  volveré a desafiar a un estudiante.



REFLEXION


Restituyeron 215 liras al saltimbanqui, es decir, cerca de 2000 euros hoy.
¿Por qué lo hicieron? ¿Qué habrá dicho la gente de aquel gesto? ¿Cómo juzgó Dios su gesto?
Si, reteniendo todo aquel dinero, hubieran ido más veces a comer juntos, pero hubieran arruinado a aquel hombre, ¿se habrían sentido felices?



ORACION




Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.

Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.

Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.

Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.

Amén.

San Juan Bosco, ruega por nosotros