En 1846, un joven de veintidós años de quien Don Bosco se había hecho amigo en las cárceles, fue condenado a muerte junto con su padre. La ejecución se llevaría a cabo en la ciudadela militar de Alessandria, a 90 kilómetros de Turín.
Cuando Don Bosco, angustiado, fue a encontrarlo, el joven se puso a llorar, y le pidió que le acompañara en su último viaje. Don Bosco sintió que le faltaba valor; no tuvo la fuerza para prometérselo. Los condenados fueron llevados en una carroza cerrada y vigilada por los guardias.
Don Cafasso debía alcanzarlos con la carroza postal para asistirlos en las últimas horas.
Apenas supo que Don Bosco había rehusado, lo hizo llamar y le gritó:
-¿Pero no comprendes que es una crueldad? Prepárate, marchemos juntos para Alessandria.
-No soy capaz de soportar semejante espectáculo.
-Date prisa, que la carroza no nos espera.
Llegaron a Alessandria la vigilia de la ejecución. El joven, al ver a Don Bosco entrar en su celda, le echó los brazos al cuello rompiendo a llorar. Don Bosco lloró con él. Pasaron juntos la última noche rezando y hablando de Dios.
A las dos de la mañana le dio la absolución, celebró para él la Misa en la celda, le dio la Comunión e hicieron juntos la acción de gracias.
La campana de la catedral dio los toques de la agonía. La puerta de la celda se abrió entraron los guardias y el verdugo, que (como siempre sucedía) se arrodilló para pedirle perdón del terrible deber que estaba obligado a cumplir. Luego le ató las manos y le puso la cuerda al cuello.
Pocos minutos después, desde el portón de la cárcel salió la carroza con el condenado. A su lado iba Don Bosco. Detrás iba la carroza con el padre, asistido por don Cafasso. Mucha gente abarrotada silenciosa por las calles.
Cuando en el fondo apareció el tablado con las horcas preparadas, Don Bosco se puso pálido y se desmayó. Don Cafasso, que no dejaba de mirarlo, fue rápido para detener las carrozas y hacerle bajar.
El trágico cortejo llegó al estrado y se cumplió la ejecución. Cuando Don Bosco volvió en sí, todo había terminado. Quedó profundamente mortificado. Murmuró a don Cafasso:
-Lo siento por aquel joven. Tenía tanta confianza en mí.
-Has hecho todo lo posible -le respondió don Cafasso- Lo demás déjalo hacer a Dios.
La condena a muerte. Algo cruel que ha sido abolido en casi todos los Estados civiles. Sin embargo, hay todavía tantos jóvenes condenados a morir también hoy:
-condenados a morir por hambre,
-condenados a morir por droga,
-condenados a morir por lepra.
¿Qué podemos hacer concretamente por estos jóvenes?
Rezar es una cosa concreta. Pero hay también otras cosas; ayudar a una organización contra el hambre en el mundo, por ejemplo, es algo concreto. Buscar noticias sobre las adopciones a distancia es otra cosa concreta. Informarnos en la escuela seriamente sobre los peligros de la droga es otra cosa concreta.
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco,
que tanto trabajaste por la salvación de las almas,
sé nuestro guía en buscar nuestra salvación
y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones
y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado,
a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte
para que podamos encontrarnos juntos en el cielo.
Amén.