[Es recomendable tener a la vista los Escritos de San Francisco]
Los escritores, desde el principio hasta nuestros días, tienden a poner de relieve una cierta semejanza del Santo de Asís con Cristo. En efecto, el Pobrecillo ha sido definido por estudiosos sea católicos, sea cristianos o no cristianos como «otro Cristo», el ángel del sexto sello, el hombre mesiánico-escatológico, el modelo del cristiano auténtico y verdadero. En Alemania, por ejemplo, en 1976, con motivo del 750 aniversario de su muerte, Francisco fue presentado como «un verdadero icono» del mismo Redentor. La actualidad extraordinaria del Santo de Asís entre las más diversas categorías de personas y de confesiones encuentra su mejor explicación recurriendo a la imagen de Jesús, vivamente evocada por él
Entre tanto, los estudios científicos que tienen por objetivo alcanzar un mejor conocimiento de su espíritu y de su vida han aumentado grandemente. Baste recordar, entre otros, los recientes estudios sobre los escritos del Santo (K. Esser), sobre las principales biografías, como las de Celano y S. Buenaventura, y sobre otras recopilaciones de fuentes, como la Leyenda de Perusa, la Leyenda de los Tres Compañeros, etc., sin olvidar los trabajos de psicólogos, sociólogos y de los expertos en electrónica de la Universidad de Lovaina.
El presente artículo quiere ofrecer una modesta contribución al aspecto bíblico-evangélico de la persona de san Francisco, aspecto que todos consideran primario y fundamental. Considero, en concreto, que Juan el evangelista tuvo una gran importancia en la configuración del pensamiento evangélico de Francisco, importancia que, a mi parecer, no ha sido aclarada suficientemente en los estudios aparecidos hasta el presente.
Francisco, desde el inicio de su movimiento, ha sido presentado como un hombre profundamente bíblico. Son expresiones corrientes: el hombre evangélico, el seguidor de la vida evangélica y de las huellas de Cristo, el observante del Evangelio a la letra, el nuevo evangelista, «Biblia de los pobres», etc. El P. Schlauri ha recopilado una bibliografía sobre san Francisco y la Biblia, ensayo de su espiritualidad bíblica, con más de 450 números y que abarca hasta 1970.
El autor hace notar expresamente que se ha escrito de modo general y sintético, y que faltan todavía «estudios especializados y profundos», como, por ejemplo, el análisis de las diferentes citas del Nuevo Testamento, y particularmente las del Antiguo, vistas en su contexto bíblico y en su influencia sobre el Santo (pág. 365).
1) EL PROBLEMA METODOLÓGICO
Entre los problemas aún sin resolver está, por ejemplo, el de los textos escriturísticos de la Regla no bulada (= 2 R), de los que se cuidó Cesáreo de Espira. Lo mismo cabe decir de otros escritos, en cuya redacción colaboraron diversos hermanos. El P. Esser hace notar que algunos textos, tomados del Evangelio de Juan, podrían haber sido insertados por hermanos doctos, o también citados de memoria por el propio Santo por serle muy familiares. En el primer supuesto se probaría que entre Francisco y los estudiosos existía una estima recíproca mucho mayor de la que comúnmente se admite. El segundo sería una prueba de que el Santo conocía muy bien el Evangelio de Juan.
El modo de citar los textos, de manera libre y personal, asociativa y reiterativa, citándolos de memoria, puede ser un criterio para solucionar el problema de las fuentes bíblicas. Por lo demás, Tomás de Celano, como también hace notar el P. Esser, se refiere a la gran memoria del Santo para recordar los textos sagrados. El ejemplo más claro al respecto lo constituye el Oficio de la Pasión.
Una segunda cuestión atañe a las fuentes específicas de las que Francisco tomó estos textos: si de la misma Sagrada Escritura o más bien directamente de la liturgia de la Iglesia, es decir, de los misales, del breviario, del salterio (Romano-Galicano), de los evangeliarios, etc. Ni siquiera se ha de excluir algún libro de piedad popular entonces en uso. La tendencia general entre los expertos se inclina preferentemente por la liturgia, como escribe Esser, especialmente para los textos del A. T. citados en las «oraciones».
Tomás de Celano hace constar que Francisco, al final de su vida, mandó que le trajesen el «Códice de los Evangelios» y pidió que se le leyera el Evangelio de S. Juan sobre el lavatorio de los pies, queriendo imitar la última Cena.
Se trata, por tanto, de una lectura hecha directamente en el Evangelio que usaban en el lugar de Santa María de los Ángeles.
Otra cuestión concierne a los libros de la S. Escritura en los que mayormente se inspira el Santo. En el pasado se pensaba más bien en los Sinópticos, por ejemplo, en la misión de los Apóstoles o de los discípulos, o en el Sermón de la Montaña, temas ciertamente muy queridos por san Francisco y de capital importancia en su vida. Desde hace algún tiempo, sin embargo, se apunta también y cada vez más a la influencia de Juan y del libro de los Salmos; tal es, particularmente, el caso de los padres O. Schmucki y S. López, como veremos.
Merecen una atención especial los puntos siguientes:
a) La oración sacerdotal de Jesús, del Evangelio de san Juan (cap. 17), se repite varias veces en los escritos del Santo. Francisco quedó particularmente impresionado por el nombre de Dios, Padre santo o Padre santísimo, como se ve claramente en el Oficio de la Pasión. Parece también que el núcleo de la oración sacerdotal, o sea, la unión filial del Hijo con el Padre en confianza y abandono a la voluntad paterna, goza de la predilección del Pobrecillo. En efecto, la espiritualidad trinitario-paterna del Santo se aproxima mucho a la del Apóstol.
Algunos nombres y títulos dados por san Francisco a Cristo, tales como Buen Pastor, Hijo (amado) del Padre, Verbo del Padre, Enviado del Padre, Cristo, camino, verdad y vida, nos remiten a Juan.
c) Otras expresiones joánicas, tales como Dios es Espíritu, adorar a Dios en espíritu y verdad, espíritu de la verdad, Espíritu Santo Paráclito, el Espíritu es el que vivifica, la carne no sirve para nada, mis palabras son espíritu y vida, etc., le son familiares a Francisco.< d) Dios es caridad, Dios es amor, pensamiento típico de san Juan, se encuentra a menudo en Francisco.
e) La idea de que se laven los pies unos a otros (Jn 13) es también común al Evangelista y al Santo, especialmente como tarea de los «siervos» y «ministros».
f) La morada del Padre y del Hijo con el Espíritu Santo en el alma de los fieles recuerda fuertemente el Evangelio de Juan.
g) La alabanza, el honor, la gloria y la bendición de Dios, tomados del Apocalipsis de Juan, son expresiones predilectas de Francisco en sus oraciones, incluso en las que no forman parte del Oficio de la Pasión.
h) Diversas expresiones son características de Juan y de Francisco, tales como "las palabras y los nombres de Dios" («verba et nomina divina»), verdad, vida, luz-tinieblas, ver, obras-operar, salvar (salus).
Finalmente, no se debe olvidar la contribución de los Sinópticos, de San Pablo, de los Salmos, etc. Llama la atención, por ejemplo, que la primera carta de san Pedro es citada más de 20 veces, mientras que los Hechos de los Apóstoles sólo alguna que otra vez.
Francisco, como místico experto de Dios, tuvo en grado supremo una intimidad con la Palabra de Dios, siendo ésta para él «espíritu y vida», es decir, espíritu de su vida y vida de su espíritu. Fue un hombre que vivió verdaderamente el «Espíritu de la divina letra», como dice la Admonición VII (Adm 7,4). La Regla bulada habla del Espíritu del Señor que los hermanos deben desear por encima de todo (2 R 10,8-9). Tomás de Celano, citando las palabras mismas del Santo, lo expresa así: «Es bueno recurrir a los testimonios de la Escritura, es bueno buscar en ellos al Señor Dios nuestro; pero estoy ya tan penetrado de las Escrituras, que me basta, y con mucho, para meditar y contemplar. No necesito de muchas cosas, hijo; sé a Cristo pobre y crucificado».
II. TEMÁTICA COMÚN A SAN JUAN
Y A SAN FRANCISCO
1) LA ORACIÓN SACERDOTAL (Jn 17)
Cuatro veces nos da Francisco una versión o meditación personal suya sobre el capítulo 17 del Evangelio de Juan. Los textos principales se encuentran en la Regla no bulada y en la segunda redacción de la Carta a los fieles. El texto más extenso lo tenemos en la Regla no bulada:En la segunda Carta a los fieles se lee:«41Retengamos, por consiguiente, las palabras, la vida y la doctrina y el santo Evangelio de aquel que se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre diciendo: Padre, glorifica tu nombre (Jn 12,28a), y glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti (Jn 17,1b). 42Padre, manifesté tu nombre a los hombres que me diste (Jn 17,6); porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido, y han reconocido que salí de ti, y han creído que tú me has enviado. 43Yo ruego por ellos, no por el mundo, 44sino por éstos que me diste, porque tuyos son y todas mis cosas tuyas son (Jn 17,8-10). 45Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que ellos sean uno como también nosotros (Jn 17,11b). 46Hablo estas cosas en el mundo para que tengan gozo en sí mismos. 47Yo les he dado tu palabra; y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 48No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno (Jn 17,13b-15). 49Glorifícalos en la verdad. 50Tu palabra es verdad. 51Como tú me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo. 52Y por éstos me santifico a mí mismo, para que sean ellos santificados en la verdad. 53No ruego solamente por éstos, sino por aquellos que han de creer en mí por medio de su palabra (cf. Jn 17,17-20), para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí (Jn 17,23). 54Y les haré conocer tu nombre, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (cf. Jn 17,26). 55Padre, los que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean tu gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21). Amén». (1 R 22,41-55).
«54¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! 55¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un esposo! 56¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado (Jn 17,11). 57Padre, todos los que me has dado en el mundo eran tuyos y tú me los has dado (Jn 17,6). 58Y las palabras que tú me diste se las he dado a ellos; y ellos las han recibido y han reconocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me has enviado (Jn 17,8); ruego por ellos y no por el mundo (cf. Jn 17,9); bendícelos y santifícalos (Jn 17,17). 59Y por ellos me santifico a mí mismo, para que sean santificados en (Jn 17,19) la unidad, como también nosotros (Jn 17,11) lo somos. 60Y quiero, Padre, que, donde yo esté, estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria (Jn 17,24) en tu reino (Mt 20,21)» (2CtaF 54-60).Especial atención merecen los siguientes puntos:
a) No se plantea ya el problema crítico de la pertenencia de estos textos joánicos a Francisco. El Santo los hizo propios como reflexión meditada de su corazón. El P. Esser lo hace constar expresamente y añade que tales textos no han sido suficientemente tomados en consideración.
El P. Schmucki no teme afirmar que san Juan, especialmente en el cap. 17 de su Evangelio, es la fuente principal de la oración del Santo, y prueba de ello es el uso que hace de este capítulo incluso en el Oficio de la Pasión. Este mismo autor presenta, además, una comparación numérica de los textos tomados de S. Juan y de los otros autores sagrados.
También el P. López admite esta influencia.
Padre santo (Jn 17,11) es la expresión joánica que impresionó de un modo del todo especial a Francisco. Esas palabras, no se encuentran sólo en los dos textos que hemos reproducido, sino también y bajo diversas formas en los escritos del Santo, particularmente en el Oficio de la Pasión. El elenco de estos textos me parece importante para probar el afecto de Francisco a su Padre-Dios santo.
Veamos el Oficio de la Pasión:
Salmo 1,5 (Completas): Santo Padre mío (Jn 17,11);Francisco añade a veces el superlativo santísimo al Padre:
Salmo 1,9 (Completas): Padre santo (Jn 17,11);
Salmo 4,9 (Tercia): Padre santo (Jn 17,11);
Salmo 5,9 (Sexta): Padre santo (Jn 17,11);
Salmo 6,12 (Nona): Padre santo (Jn 17,11).
Salmo 2,11 (Maitines): Tú eres mi Padre santísimo;
Salmo 3,3 (Prima): Clamaré al santísimo Padre mío;
Salmo 5,15 (Sexta): Tú eres mi Padre santísimo;
Salmo 6,11 (Nona): Y mi Padre santísimo;
Salmo 7,3 (Vísperas): Porque el santísimo Padre del cielo;
Salmo 7,10 (Vísperas): A la derecha del santísimo Padre en los cielos;
Salmo 14,1 (Maitines): Padre santísimo;
Salmo 15,3 (Vísperas): Porque el santísimo Padre del cielo.
No detenemos ahora nuestra atención en la frase Tú eres mi Padre, cuyas palabras se encuentran ya en la Biblia en el Salmo 88,27. Subrayamos, en cambio, el uso de «mío-mí» para indicar al Padre santo, santísimo. Es típico también el hecho de que el Santo acostumbraba rezar el Padre nuestro, tan recomendado por él a sus hermanos, incluso en la recitación del Oficio de la Pasión, añadiendo siempre al principio Santísimo Padre nuestro... De igual modo, los Laudes y cada una de las horas del Oficio divino y del Oficio de la Pasión debían comenzar siempre con el Santísimo Padre nuestro, como indica la rúbrica introductoria del Oficio compuesto por Francisco.
La expresión Padre santo, santísimo, que aparece como «leit-motive» o motivo central que se repite en el Oficio de la Pasión, muestra claramente, entre otras cosas, que san Francisco encontraba a Cristo mismo que oraba en los Salmos y precisamente como Hijo del Padre. Este sentido cristocéntrico de los Salmos concuerda profundamente con el modo de orar de Jesús en el Evangelio de Juan. El P. Schmucki, tras un estudio crítico sobre la oración de Francisco, afirma la influencia preponderante de S. Juan, aunque sin excluir la de otros autores. Esta influencia confiere a la oración de Francisco el acento trinitario-paterno en el que Cristo, como Hijo del Padre, especialmente en la Pasión, se une íntimamente a la voluntad salvadora, abandonándose y confiándose totalmente a la voluntad paterna.
También en los otros escritos, Francisco se muestra impresionado por la santidad de Dios. Un hermoso ejemplo de ello lo tenemos en la Regla no bulada: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo (Jn 17,11)» (1 R 23,1). Las Alabanzas al Dios altísimo comienzan así: «Tú eres santo, Señor Dios único, el que haces maravillas. Tú eres el fuerte, tú eres el grande, tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú Padre santo (Jn 17,11)...» (AlD 1-2). Respecto a los textos de 1 R 22, y de la 2CtaF, ya reproducidos, véase cuanto hemos dicho más arriba.
Por lo demás, sabido es de todos que Francisco gustaba llamar santas y santísimas a las cosas que tienen relación con Dios, por ejemplo, los nombres de Dios, las palabras de Dios, de modo especial el santísimo Cuerpo y Sangre del Hijo de Dios, etc. El P. López considera que el término santo-santísimo puede constituir el primer criterio para saber, si un texto dictado por el Santo proviene efectivamente de él.
El misterio de la santidad de Dios ocupa un lugar central y privilegiado en la espiritualidad de san Francisco. En efecto, entre las palabras referidas a Dios y a las cosas divinas, santo y santísimo son las más frecuentemente citadas.
Según los escrituristas, las palabras que dicen el nombre y la gloria de Dios y su manifestación se encuentran entre los textos-clave, del cap. 17 del Evangelio de Juan. El Hijo manifiesta el nombre del Padre en cuanto Padre, y su unidad de amor como Hijo. El Hijo ha sido enviado y ha venido precisamente para glorificar, clarificar y santificar este nombre o Persona del Padre delante de los hombres.
Otra idea común a Juan y a Francisco, incluida en el contexto de la oración sacerdotal, es la del Buen Pastor (Jn 10,11). En la Carta a los fieles, la oración sacerdotal es introducida efectivamente de este modo: «¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo...! ¡Oh cuán santo... tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado (Jn 17,11)».
e) Se podría también señalar, aunque con reservas, otra idea-clave en la oración sacerdotal joánica, la del «dar», la del don de todas las cosas por parte del Padre. El Padre es quien da, quien entrega. El Hijo, por su parte, transmite este don a los hombres. En concreto se trata del don por excelencia, el amor, la unidad en el amor del Padre y del Hijo. Pues bien, hay que señalar que la palabra «dar», en diversas formas se repite muchas veces también en el texto de Francisco.
La idea y la expresión de adorar en espíritu y en verdad, propia de Juan, es repetida por Francisco dos veces en un contexto no muy lejano ni diverso del de la oración sacerdotal.
En la Regla no bulada leemos:
«25Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. 26Mas en la santa caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), ruego a todos los hermanos que... del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas; 27y hagámosle siempre allí habitación y morada (cf. Jn 14,23) a aquél que es Señor Dios omnipotente... 28Y cuando estéis de pie para orar (Mc 11,25), decid (Lc 11,2): Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9). 29Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1); 30pues el Padre busca tales adoradores. 31Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad (cf. Jn 4,23-24). 32Y recurramos a él como al pastor y obispo de nuestras almas (1 Pe 2,25)... 36Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis todo lo que queráis y se os dará (Jn 15,7)... 39Las palabras que os he hablado son espíritu y vida (Jn 6,64). 40Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6)» (1 R 22,25-40).
Y en la Carta a los fieles, a su vez, leemos:
19Por consiguiente, amemos a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura, porque Él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). 20Pues todos los que lo adoran, lo deben adorar en el Espíritu de la verdad (cf. Jn 4,24). 21Y digámosle alabanzas y oraciones día y noche (Sal 31,4) diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9), porque es preciso que oremos siempre y que no desfallezcamos (cf. Lc 18,1)» (2CtaF 19-21).A este respecto hemos de señalar:
La idea central está en la adoración en espíritu y en verdad o en el Espíritu de la verdad, según la interpretación de Francisco; expresión esta última que sólo puede encontrarse en el Evangelio de Juan. En la Admonición 1, Francisco explicará de modo muy profundamente joánico este misterio de Dios-Espíritu, como veremos después.
Nótese también que el Santo añade que Dios quiere y exige «sobre todas las cosas - sobre todo - por encima de todo» la adoración en espíritu y en verdad. La expresión «sobre todas las cosas - sobre todo - por encima de todo» significa siempre una cosa fundamental. Véanse en este sentido 1 R 17,16; 22,26; 23,11; 1CtaF I,13; 2CtaF 5 y 56; Test 11; 1CtaCus 2.
No menos importante es la equiparación de la adoración en espíritu y en verdad con la oración con limpio corazón y mente pura, expresada también de modo muy claro en la Regla bulada, donde reaparece la expresión «por encima de todo»: «Y los que no han hecho estudios, no se preocupen de hacerlos. Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro...» (2 R 10,7-9).
Adorar en espíritu y en verdad, orar con limpio corazón y mente pura, es precisamente el fruto del Espíritu de la verdad y la santa operación suya. Los textos principales de Francisco sobre el limpio corazón y la mente pura son: 1 R 22,26 y 29; 2 R 10,9; 2CtaF 14 y 19; CtaO 42.
Muy típico, por no decir extraño, es el hecho de que Francisco proponga el Padre nuestro, una oración vocal, para la adoración en espíritu y en verdad. Esto prueba que, para él, la oración del Señor, el santísimo «Padre nuestro», como acostumbraba designar el Santo a la oración dominical según se desprende de la rúbrica inicial del Oficio de la Pasión y de las Alabanzas para todas las horas, puede y debe ser celebrado en el Espíritu de verdad, o también como santa operación del Espíritu de Jesús, es decir, como el mismo Jesús lo recitó.
3) ESPÍRITU Y VIDA (Jn 6, 63 ó 64)
El texto de Juan, que se encuentra solamente en su Evangelio, está inserto en un contexto eucarístico, en el discurso de Jesús sobre el pan de vida: «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6, 63 ó 64 en la Vulgata).
En los escritos del Santo hay seis referencias a este texto de Juan, cinco a las palabras «espíritu y vida» y una al «Espíritu que da vida».
Ello prueba que tales palabras tienen un gran valor para el Pobrecillo.
En la Carta a los fieles escribe: «Puesto que soy siervo de todos, estoy obligado a serviros a todos y a administraros las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, considerando en mi espíritu que no puedo visitaros a cada uno personalmente a causa de la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64)» (2CtaF 2-3).
El texto que acabamos de citar revela el motivo más íntimo del amor de Francisco a las palabras de Cristo: la comunicación de la vida divina trinitaria. En efecto, el mismo Verbo del Padre (término propio de Juan) nos da las palabras del Padre y del Espíritu Santo que, como tales, son espíritu y vida, es decir, inspiran y comunican la vida divina por obra del Espíritu: «El Espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada» (Jn 6,64; Adm 1,6). Los predicadores, los teólogos, el mismo Francisco participan en esta comunicación de la vida divina administrando las palabras divinas «santísimas». Así dice en su Testamento, v. 13: «Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6,64)». Francisco se siente tan unido a Cristo, como instrumento y ministro, que califica a todas las palabras de la carta como «espíritu y vida» o palabras de mi Señor. El texto específico al respecto es conservado por K. Esser solamente en la primera redacción de la Carta a los fieles y suprimido en la redacción posterior, poniéndolo entre las variantes. El texto suena así: «A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les rogamos, en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), que reciban benignamente, con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; y reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y vida (Jn 6,64). Y los que no hagan esto, tendrán que dar cuenta en el día del juicio (cf. Mt 12,36), ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rom 14,10)».
No sin razón O. Schmucki alude al anuncio «trinitario» de la palabra por parte del predicador en analogía con el anuncio intratrinitario de la palabra del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, relación ésta que manifiesta la gran profundidad de la visión del Santo para su tiempo: una visión de la palabra bíblica llena del Espíritu vivificante, un «verbum» o «palabra» sentido y leído en la S. Escritura como Verbum o Palabra del Padre, el misterio de la Encarnación continuado en la palabra que se convierte en Espíritu de vida y vida del Espíritu de Jesús en nosotros, en el alma.
En fin, no hay que extrañarse de que Francisco haya visto la relación íntima entre la presencia divina en la palabra y la presencia divina en la Eucaristía. Esta última presencia, como Hijo del Padre en el Espíritu Santo, es claramente una presencia «trinitaria», asimilada por el Santo bajo la influencia particular de Juan. Esta influencia joánica alcanza su ápice en la
Admonición 1:
«1Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí. 2Si me conocierais a mí, ciertamente conoceríais también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 4Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9). 5El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Por eso no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada (Jn 6,64). 7Pero ni el Hijo, en lo que es igual al Padre, es visto por nadie de otra manera que el Padre, de otra manera que el Espíritu Santo. 8De donde todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. 9Así también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se condenan, 10como lo atestigua el mismo Altísimo, que dice: Esto es mi cuerpo y mi sangre del nuevo testamento, [que será derramada por muchos] (cf. Mc 14,22.24); 11y: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55). 12De donde el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. 13Todos los otros que no participan del mismo espíritu y se atreven a recibirlo, comen y beben su condenación (cf. 1 Cor 11,29).
El problema crítico de las citas de san Juan coincide con el de la autenticidad misma de la Admonición. En efecto, los textos citados, tomados de Juan, no son un adorno, sino, por el contrario, el verdadero argumento substancial del discurso del Pobrecillo, el núcleo profundo de su doctrina eucarística.
»14De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero. 22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20)».
Tanto el número como el contenido de los textos joánicos es sencillamente imponente.
El pensamiento de Francisco es éste: Cristo-Hombre es el camino, la verdad y la vida, en cuanto que es el verdadero Hijo del Padre, o sea, verdadero Dios-Hombre, igual al Padre y al Espíritu Santo. Pero al ser Dios espíritu, las tres Personas divinas han de ser conocidas y «vistas» sólo en el Espíritu, y únicamente así pueden serlo. De esta manera, Cristo Hombre-Dios debe ser visto y conocido o creído «según el Espíritu y la divinidad».
Y así, según otra referencia a la palabra de Juan, citado en la Admonición, se conoce la verdad y se cree en el Hijo de Dios (cf. Jn 9,35).
El ejemplo de los Apóstoles, que con los ojos de la carne veían sólo la carne de Jesús, pero que «con los ojos espirituales» creían en Cristo Hijo de Dios, se aplica a nosotros. Cuando nosotros vemos con los ojos del cuerpo el pan y el vino, vemos y creemos con los ojos del Espíritu en la divinidad de Cristo. Tal vez las palabras de Juan en el discurso eucarístico (Jn 6,64), difícilmente puedan ser mejor comprendidas de cuanto lo hizo Francisco.
No puede pasar desapercibida la frecuencia con que se repite la palabra «ver», junto a la de creer y conocer. Es una expresión que se repite mucho en la espiritualidad de los Países Bajos de aquel tiempo, pero que nos hace pensar directamente en Juan, de quien es característica.
Esta palabra es igualmente típica del Santo y hace el papel de idea-clave en la primera Admonición.
Finalmente, debemos referirnos todavía a una cita que se hace de Juan, inadvertida hasta ahora en las ediciones de los escritos, a saber: de sinu Patris, «del seno del Padre» (Adm 1,18; cf. Jn 1,18); idea propia de Juan y predilecta de Francisco.
El espíritu habita en nosotros y nos da la vida de Cristo en la Eucaristía. El mismo Espíritu del Señor es también el que hace vivir, morar en nosotros al Padre y al Hijo, a toda la santísima Trinidad. Este pensamiento aproxima a Francisco hacia S. Juan.
Desde hace años estaba yo buscando las fuentes de esta expresión típica de Francisco: «El Espíritu del Señor, que habita en sus fieles...» (Adm 1,12), pensando en una influencia oriental.
Ahora creemos más bien en una influencia directa de Juan. Recordemos algunos textos del Apóstol. Hablando de la unidad del Padre y del Hijo, en la que participan los discípulos, dice: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros» (Jn 14,16-18).
«... y nosotros conocemos que Dios permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado» (1 Jn 3,24).
«Conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros en que nos dio su Espíritu» (1 Jn 4,13).
La Carta a los fieles revela la doctrina profunda y explícita de la vida trinitaria en nosotros por obra del Espíritu Santo. Francisco habla, en el contexto, de los humildes, sencillos y puros; sujetos a toda humana criatura a causa de Dios (1 Pe 2,13), y continúa:
«48Y sobre todos ellos y ellas, mientras hagan tales cosas y perseveren hasta el fin, descansará el espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23). 49Y serán hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen. 50Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). 51Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. 52Somos ciertamente hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo (cf. Mt 12,50); 53madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16).
»54¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! 55¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un esposo! 56¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado (Jn 17,11)» (2CtaF 48-56).En la primera redacción de la Carta a los fieles, el contexto habla de la penitencia que se ha de hacer y que se ha de manifestar en frutos dignos de la misma, o sea, amor total a Dios y caridad fraterna perfecta (como a sí mismo), recibir la Eucaristía y mortificar el propio yo (amor propio). Entonces, el Espíritu del Señor se posará sobre «todos aquellos y aquellas» que hacen esta penitencia (1CtaF I,1-14).
El clima joánico se revela en los siguientes pensamientos de Francisco:
- • la inhabitación trinitaria por obra del Espíritu del Señor;
- • el himno rebosante de afecto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en el que el único término (adjetivo) repetido tres veces es típico de Juan, a saber: santo. A la vez que toda la plegaria hímnica termina con el Buen Pastor (Jn 10) y la invocación del Padre santo joánico;
- • la expresión «paraclitum» (consolador), restituida por K. Esser al texto, es de origen joánico, usada sólo en sus escritos, como veremos.
Vamos a detenernos de manera especial en la obra del Espíritu Santo. El Espíritu del Señor, en efecto, se posará sobre los verdaderos penitentes, es decir, los fieles llenos de amor y caridad, humildad, simplicidad y pureza, haciendo de ellos su morada y convirtiéndolos en hijos del Padre, hermanos y madres del Hijo. El Espíritu del Señor se constituye en su esposo que hace nacer a Cristo en ellos. La palabra «paraclitum» (consolador) unida al término Esposo, me parece un atributo típico del Espíritu Santo.
Recuérdese también que Francisco, en la Forma de vida, llama a las Clarisas «desposadas» con el Espíritu Santo.
Señalemos, por último, que Francisco, al referirse al aspecto trinitario de la inhabitación por obra del Espíritu Santo, trata de forma explícita sólo el pensamiento de Juan según el cual es función específica del Espíritu Santo hacer vivir la unión del Padre y del Hijo en los fieles (cf. Jn 14,16-26; 16,7-22).
La misma idea de la inhabitación trinitaria en las almas aparece en la Regla no bulada, en un contexto de amor a Dios con limpio corazón y de adoración en espíritu y en verdad, de que ya hemos hablado. «Mas en la santa caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), ruego a todos los hermanos que... del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas; y hagámosle siempre allí habitación y morada (cf. Jn 14,23) a Aquel que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo...».
5) ESPÍRITU SANTO PARÁCLITO
La palabra Paráclito se repite hasta siete veces en los escritos de Francisco, a la vez que es exclusivamente propia de Juan, en quien se encuentra cinco veces.
Por cuanto nos consta, hasta ahora todavía no se ha estudiado de dónde tomó Francisco esta palabra y por qué la usó. Parece posible que la tomara de la liturgia del Oficio divino y de la celebración eucarística, en las que se encontraba, como se ve claramente en el estudio de Van Dijk - Walker.
Ni siquiera K. Esser presta atención a dicha palabra, y menos aún a su posible derivación joánica. El uso de tal palabra se encuentra siempre enmarcado en un contexto trinitario incluso en Francisco. En Juan, el Paráclito es el Espíritu de verdad que hace conocer a Cristo, que es el enviado del Padre para permanecer siempre en los fieles, como su abogado y consolador, para hacerles vivir en la unidad del Padre y del Hijo (Jn cap. 14 al 16).
«5Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste (cf. Mt 17,5), junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya.
»6Y a la gloriosa madre, la beatísima María siempre Virgen... y a todos los santos... humildemente les suplicamos por tu amor que te den gracias por estas cosas como te place, a ti, sumo y verdadero Dios, eterno y vivo, con tu Hijo carísimo, nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya (Ap 19,3-4)» (1 R 23,5-6).
Las últimas palabras están tomadas a la letra del Apocalipsis (19,3-4). Una alusión, al menos indirecta, al Paráclito como Abogado se encuentra también en el título dado a María como patrona de la Orden. Celano escribe, en efecto: «... la constituyó abogada de la Orden, a la que puso bajo sus alas, para que nutriese y protegiese hasta el fin a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre».
El editor de Quaracchi (AF, X) anota que el título de abogado se encuentra ya en Juan (1 Jn 2,1) y que formaba también parte de la Salve Regina prescrita por el capítulo general de los Cistercienses de 1218. No parece, sin embargo, que en aquel momento la Virgen fuese ya declarada abogada de su Orden, como lo hizo san Francisco.
No es improbable, pues, que nuestro Santo tomase directamente de Juan este concepto del Paráclito.
La idea, tan predilecta de san Francisco, es exclusivamente propia del Apóstol Juan y expresa el misterio más profundo de Dios. La expresión se encuentra siete veces en los escritos del Santo y es usada como un estribillo. K. Esser hace referencia tan sólo a 1 Jn 4,16 (sin citar el v. 8) y, además, en los escritos de Francisco, omite la cita en las Alabanzas al Dios altísimo: «Tú eres amor, caridad» (AlD 4); como también en la Paráfrasis del Padre nuestro: «porque tú, Señor, eres amor» (ParPN 2). No se ve el porqué.
Nos encontramos indudablemente ante una idea-clave de Francisco que influye con fuerza en su espiritualidad y en la de su Orden. El origen joánico es muy claro.
El Apocalipsis es citado por lo menos una veintena de veces en los escritos de Francisco, especialmente en la Regla no bulada (1 R), en las Alabanzas para todas las horas, en las Alabanzas al Dios altísimo y en el Cántico del hermano sol. No sorprende que el Apocalipsis suscitara el interés del Santo, ya que este escrito era muy conocido en la Edad Media y no sólo por Joaquín de Fiore. Se sabe, por ejemplo, que san Buenaventura vislumbró la figura de Francisco estigmatizado en el Ángel del sexto sello descrito por el Apocalipsis.<>a) Las Alabanzas para todas las horas dicen:
«1Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de venir (cf. Ap 4,8):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
2Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria y el honor y la bendición (cf. Ap 4,11):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
3Digno es el cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición (Ap 5,12):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
4Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
5Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor (Dan 3,57):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
6Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes (cf. Ap 19,5):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
7Los cielos y la tierra alábenlo a él que es glorioso (cf. Sal 68,35; Sal Rom):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
8Y toda criatura que hay en el cielo y sobre la tierra, y las que hay debajo de la tierra y del mar, y las que hay en él (cf. Ap 5,13):
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
9Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
10Como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.
11Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19), a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén».
K. Esser ha subrayado de nuevo la importancia franciscana de estas Alabanzas, vista la frecuencia con que Francisco las recitaba según dice la rúbrica inicial, así como también por su aportación escatológica, y al mismo tiempo alude a la gran influencia del Apocalipsis.
Recientemente, también O. Schmucki ha explicado de modo profundo el matiz franciscano y a la vez la aportación «apocalíptica» de la «liturgia celeste» de las Alabanzas.
Sin repetir todo cuanto han dicho ya otros, subrayamos algunos puntos importantes para nuestro objetivo.
Se sabe, por la rúbrica inicial, que estas Alabanzas las decía Francisco en todas las Horas canónicas del día y de la noche y antes del Oficio de la Virgen, en todas las horas del Oficio divino y antes del Oficio de la Pasión (véase la respectiva rúbrica inicial), comenzando por el «Santísimo Padre nuestro». Las Alabanzas comienzan citando el Apocalipsis 4,8: «1Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de venir». El estribillo: «Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos», que se repite diez veces, está tomado de Daniel 3,52s, y puesto en plural, mientras que el Profeta lo presenta de diversas formas, como: «alabadle y ensalzadle por los siglos», etc.
«Digno eres, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder» (Ap 4, 11). «... gloria, honor y bendición...» (Ap 4,9).
«Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza (divinidad), la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición» (Ap 5,12).
«Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos, oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Ap 5,13).
La última parte de Ap 5,13, está parcialmente repetida por el Santo en el v. 8 de las Alabanzas, mientras el v. 6 de las mismas reproduce casi a la letra Ap 19,5: «Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y cuantos le teméis, pequeños y grandes».
Incluso en la oración aneja a las Alabanzas se oye el estribillo predilecto del Santo, tomado del Apocalipsis: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno, a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén».
El estribillo de alabanza, gloria, honor y bendición se encuentra también casi a la letra o de modo libre en otros escritos de Francisco.
La Regla no bulada dice: «18Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a él se le tributen y él reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las gracias y gloria, de quien es todo bien, solo el cual es bueno (cf. Lc 18,19). 19Y cuando veamos u oigamos decir o hacer el mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos y hagamos bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,18-19).
En la misma Regla no bulada (1 R 23, 11) se encuentran también los términos alabar, bendecir, glorificar, ensalzar, engrandecer, bendito, loable, glorioso, etc., que forman parte de una letanía de atributos «laudatorios» cantada a Dios-Trino; según K. Esser, la palabra gloriosus = glorioso es usada siete veces por el Santo. Y no hay que olvidar el cap. 21 sobre la alabanza de Dios que ha de anunciarse a los hombres con la «bendición» de Dios: «Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias y adorad...» (1 R 21,2).
c) En la Carta a los Custodios Francisco escribe: «7Y cuando es consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. 8Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente por toda la tierra» (1CtaCus 7-8).
d) Véase también el Oficio de la Pasión, al final de cuyo primer salmo se advierte que Francisco al terminar el Oficio decía siempre: «Bendigamos al Señor Dios vivo y verdadero: tributémosle siempre alabanza, gloria, honor, bendición y todos los bienes. Amén. Amén. Hágase. Hágase». También en este texto se encuentra una cita del Apocalipsis (cf. Ap 5,12-13) que no anotan los editores (cf. también Ap 7,12, y 19,3-4).
e) La Exhortación a la alabanza de Dios (ExhAD) falta en la edición de Lemmens y de Boehmer. Esser la ha incluido en su nueva edición crítica, después de haber hecho un profundo estudio crítico de la misma. Se trata de una alabanza típicamente «franciscana», es decir, sin estructura lógica, escrita en un estilo primitivo, como fruto de la devoción «laudatoria» del Santo, espontánea y afectiva. La alabanza procede de los Salmos, de la Liturgia y del Apocalipsis. Parece escrita en los primeros años de la vida de los hermanos, cuando se usaba todavía el Salterio Romano. Hace pensar en el Cántico del hermano sol y ayuda a explicar su sentido, en cuanto, por ejemplo, invita a la alabanza de Dios por medio de las criaturas y al unísono con ellas. También aquí el tema del Apocalipsis es la alabanza, el honor, la gloria y la bendición de Dios y del Cordero. He aquí el texto:
Los versículos 1, 2 y 15 están tomados casi a la letra del Apocalipsis, a la vez que los tres «Aleluya» del v. 8, seguidos del «Rey de Israel» (Jn 12,13), podrían quizá recordar también el Apocalipsis 19,1-6, del que se encuentra una referencia en 1 R 23,6. Con sus siete alabad y tres bendecid, prepara ya muy bien el Cántico.
«1Temed al Señor y dadle honor (Ap 14,7).
2Digno es el Señor de recibir alabanza y honor (cf. Ap 4,11).
3Todos los que teméis al Señor, alabadlo (cf. Sal 21,24).
4Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo (Lc 1,28).
5Alabadlo, cielo y tierra (cf. Sal 68,35 - Salt. Rom.).
6Alabad todos los ríos al Señor (cf. Dan 3,78).
7Bendecid, hijos de Dios, al Señor (cf. Dan 3,82).
8Éste es el día que hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en él (Sal 117,24 - Salt. Rom). ¡Aleluya, aleluya, aleluya! ¡Rey de Israel! (Jn 12,13).
9Todo espíritu alabe al Señor (Sal 150,6).
10Alabad al Señor, porque es bueno (Sal 146,1); todos los que leéis esto, bendecid al Señor (Sal 102,21 - Salt. Rom.).
11Todas las criaturas, bendecid al Señor (cf. Sal 102,22).
12Todas las aves del cielo, alabad al Señor (cf. Dan 3,80; Sal 148,7-10).
13Todos los niños, alabad al Señor (cf. Sal 112,1).
14Jóvenes y vírgenes, alabad al Señor (cf. Sal 148,12).
15Digno es el cordero, que ha sido sacrificado, de recibir alabanza, gloria y honor (cf. Ap 5,12).
16Bendita sea la santa Trinidad e indivisa Unidad.
17San Miguel Arcángel, defiéndenos en el combate».
f) Omitimos el texto del Cántico del hermano sol, conocido de todos. Ya en el primer verso se cita el Apocalipsis: «Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición». Al hablar de las Alabanzas para todas las horas hemos examinado ya otros textos joánicos paralelos. No será superfluo hacer notar que también según el Apocalipsis todas las criaturas alaban a Dios (cf. Ap 5,13). Consiguientemente, Francisco pudo haber tomado del Apocalipsis la idea de la alabanza a Dios por medio y al unísono con las criaturas, y no sólo en nombre de las criaturas.
Otra influencia del Apocalipsis se descubre fácilmente en la idea de la segunda muerte del verso 13, de la que habla Juan.
Por lo demás, estudios ulteriores descubrirán probablemente otros puntos de contacto, como, por ejemplo, la nueva tierra y el cielo nuevo, el mundo de la resurrección ya inaugurado que el Santo vive plenamente en el Cántico.
8) LA INFLUENCIA DE S. JUAN EN LOS ESCRITOS Y EN LA VIDA DE S. FRANCISCO
Al término de nuestro estudio sobre la influencia de S. Juan en los escritos de Francisco, se plantea la cuestión de una posible influencia análoga en la vida del Pobrecillo. Al respecto pueden darse solamente algunas indicaciones
El nombre del Evangelista aparece sólo una vez en los escritos (1 R 23,6), después del de S. Juan Bautista y antes del de S. Pedro y S. Pablo. En la Edad Media, S. Juan Evangelista era muy popular. Una confirmación de ello la tenemos en la admiración que profesaron al Evangelista santa Isabel de Turingia, la primera planta del Santo fuera de Italia, y María d'Oignies, la promotora de la Beguinas en Bélgica, de la que Jacobo de Vitry, gran amigo de Francisco, fue admirador y director. Además, se conocen, las alabanzas «joánicas» de Aelredo de Riedvaul y la especial devoción de Joaquín de Fiore. W. Lampen alude al hecho de que Francisco nombra también a Elías y a Enoch. Esto es suficiente para afirmar una influencia probable sobre el Santo de Joaquín de Fiore, el gran profeta del Tercer Reino del Espíritu Santo y de los últimos tiempos, inspirado en el Apocalipsis, y admirador también él de S. Juan Evangelista.
Hay que hacer constar igualmente la importancia del signo Tau en la vida del Pobrecillo y en la de sus hermanos.
Ratzinger investiga este signo en el Apocalipsis, y el ángel del sexto sello que marca a los elegidos con el signo Tau queda luego identificado con la persona de Francisco, según la visión escatológica de san Buenaventura.
En el momento en que nos encontramos de nuestra investigación, no nos consideramos en condiciones de dar respuesta alguna a esta cuestión. Sólo nos permitimos dos observaciones. Parece cierto que Francisco conoció muy bien el Apocalipsis, como hemos visto más arriba, y que tuvo un sentido muy profundo de su misión evangélico-salvífica en el Reino de Dios y en la Iglesia. ¿Cómo explicar en otro caso su firme convicción de la inspiración divina de la Regla y del Testamento, la casi identificación, en la Carta a los fieles, entre sus palabras y las de la S. Escritura que son «espíritu y vida»? Además, como hombre estigmatizado -cuya unicidad es conocida por él mismo-, es consciente de tener una función especialísima, llena de gracia, en el plan de Dios.
Por otro lado, refiere Celano (2 Cel 219) que ya a raíz de la muerte del Santo comenzó la identificación «espiritual» de Francisco con Cristo. Y la historia, hasta nuestros días, continúa llamando al Pobrecillo «otro Cristo», identificación sin lugar a dudas mucho mayor que la de considerar a Francisco como el ángel del sexto sello.
También tuvo una gran influencia en la vida del Santo la celebración joánica del lavatorio de los pies. En primer lugar me parece importante señalar que Francisco hizo que le leyeran el Evangelio de Juan según el códice de la Biblia que existía en Santa María de los Ángeles. Esto prueba que Francisco usaba el Evangelio de Juan. Sabatier quedó impresionado por la gran familiaridad del Santo con el Evangelio de Juan durante los últimos años de su vida.
Consta claramente la importancia que Francisco dio al misterio del lavatorio de los pies, como servicio de caridad fraterna en espíritu de minoridad. El ejemplo de Jesús en la ultima Cena ha sido decisivo para los Hermanos Menores, que deben lavarse los pies unos a otros. En especial, los ministros y siervos, los superiores, están llamados a prestar este servicio (Adm 4,3 y 19,4; 1 R 6,4).
Para algunos autores, la lectura del Evangelio de Juan se limitó al pasaje del lavatorio de los pies (Jn 13,1-15). No acabo de ver del todo las pruebas de esta opinión. En efecto, Juan comienza en el capítulo 13 el relato de la celebración del misterio pascual, relato en el que ocupa un lugar muy especial el contenido de los capítulos 14 al 17, muy familiares a Francisco. No me parece, pues, improbable que en semejantes circunstancias Francisco hiciera leer estos capítulos. Toda la escena nos hace pensar verdaderamente en la suprema despedida del Señor, imitada por su humilde siervo para conformarse plenamente al misterio pascual. Sin embargo, nos falta una prueba concluyente.
Por último, Celano presenta a Francisco como un enviado de Dios (cf. Jn 1,6) para «dar testimonio de la verdad» (Jn 5,33; 18,37) en todo el mundo al modo de los Apóstoles, definiéndolo como «el nuevo evangelista». Según los editores de la Vida I tal expresión está tomada del Oficio divino en honor de S. Juan Evangelista.
III. DEPENDENCIA CUALITATIVA Y CUANTITATIVA
DE SAN JUAN EVANGELISTA
Una observación preliminar se impone. A lo largo de nuestro estudio hemos ido viendo cada vez con mayor claridad que es necesario profundizar en la doctrina espiritual de Juan para poder compararla con la de S. Francisco. Uno de los motivos más serios de la falta de estudios detallados sobre las fuentes del Santo, tanto bíblicas como postbíblicas y contemporáneas, lo constituye precisamente el hecho de que tales fuentes no son conocidas y, por ello, resulta imposible toda comparación precisa. Hemos hecho un primer esfuerzo para conocer la espiritualidad joánica; con todo, para una confrontación segura y decisiva sería necesario mucho más.
1) DEPENDENCIA CUANTITATIVA
Los capítulos 13-17 del Evangelio de Juan, que contienen el lavatorio de los pies (13,1-5), las relaciones entre Cristo y el Padre (14,5s), el Espíritu Santo Paráclito y la inhabitación trinitaria en el alma (cc. 14 al 16), la oración sacerdotal (c. 17), son los mayormente citados. La primacía pertenece al cap. 17, la oración sacerdotal de Cristo, al que corresponden casi la tercera parte de las citas del Evangelio de Juan (40 al menos). Ningún otro pasaje de la Escritura (capítulo, salmo, etc.) es tan frecuentemente citado como éste. El versículo más usado es el 11, sobre el Padre Santo, Santísimo.
El escrito del Santo más profundamente joánico es sin duda la Admonición 1, cuya doctrina eucarística está tomada de la concepción característica de Juan sobre el ver, conocer, creer (= videre) a Dios, no según la carne, sino según el Espíritu.
El texto joánico (Jn 6,63-64) sobre la palabra divina como espíritu y vida, citado seis veces, revela un pensamiento usual, con el que el Santo casi se ha identificado, aplicándolo a sus propias palabras. Dios es caridad (1 Jn 4,8.16), repetido hasta siete veces, aparece como una convicción profunda y una experiencia vital de S. Francisco, un verdadero «leit motiv» de su vida.
Del Apocalipsis procede el estribillo tan querido por el Santo en su plegaria «laudatoria»: la alabanza, la gloria, el honor y la bendición, bajo diversas formulaciones verbales, especialmente Ap 4,9-11 y 5,11-13.
Para mejor comprender el valor de esta dependencia, debemos tener presente que una cita repetida cinco o seis veces en una materia fundamental de los escritos del Pobrecillo prueba, en concreto y en el contexto de todas las citas, una influencia fuerte y decisiva. De hecho, la frecuencia de las citas rarísimas veces supera este número.
2) DEPENDENCIA CUALITATIVA
En primer lugar aparece la gran familiaridad de Francisco con el pensamiento típicamente joánico, o sea, el de la unión íntima de amor entre el Padre y el Hijo, revelada por Jesús, por obra del Espíritu Santo Paráclito. Jesús es enviado para anunciar el nombre (el misterio) de su Padre santo y para darnos la vida divino-trinitaria, comunicada a Él por el Padre.
La intimidad del Pobrecillo con esta unión paterno-filial del Padre y del Hijo, particularmente durante la Pasión, en plena conformidad con la voluntad divina, ha sido estudiada sobre todo por O. Schmucki y S. López, quienes han puesto de relieve este aspecto trinitario de la espiritualidad de Francisco. Con todo, parece que este punto hasta ahora no ha sido suficientemente tomado en consideración por los estudiosos y ni siquiera por los animadores de la vida franciscana.
Por nuestra parte, hemos profundizado en esta familiaridad del Santo con las Personas divinas, especialmente en lo que concierne a la obra del Espíritu Santo Paráclito (Espíritu del Señor, de Cristo). Y esto particularmente en tres dimensiones, a saber: respecto a las palabras divinas que son en nosotros espíritu y vida; respecto a la presencia de Cristo en la Eucaristía, fruto del Espíritu Santo que habita en nosotros; y respecto a la inhabitación del Padre y del Hijo en nuestros corazones, para ser ahí adorado en espíritu y en verdad y con puro corazón, mediante la obra del mismo Espíritu.
3) PUNTOS A ESTUDIAR ULTERIORMENTE
Algunos textos joánicos citados por Francisco, pero cuya influencia profunda no es clara, como, por ejemplo: Jn 3,5 (bautismo en agua y Espíritu); Jn 14, 6 (Cristo, camino, verdad y vida); Jn 15,7 (mis palabras en vosotros); Jn 15,12 (amaos como yo os he amado); 1 Jn 3,18 (amarse de obra y de verdad); Ap 3,19 (corrijo a quienes amo).
El cometido especial, en san Juan y en san Francisco, de la luz, de la vida, del camino, de la obra y del obrar.
La importancia especial de los sentidos espirituales, típicos del Evangelista y del Pobrecillo, para el hombre redimido que ve, siente, oye, gusta de Dios.
La salvación universal, también cósmica, inicio de la vida eterna, comenzada ya en esta tierra (el nuevo cielo y la tierra nueva).
La importancia del Cordero de Dios, Cristo inmolado en la Cruz; la importancia del Buen Pastor.
CITADOS EN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO
Jn 1,3 2 CtaF 12
Jn 1,18 Adm 1,5
Jn 3,5 2 CtaF 23; Frag II,25; 1 R 16,7
Jn 3,19 2 CtaF 16
Jn 4,23 2 CtaF 19; Frag I,18; 1 R 22,30
Jn 4,24 Adm 1,5; 2CtaF 20; Frag I,18; 1 R 22,31
Jn 6,54 1CtaCus 6; 1 R 20,5
Jn 6,55 Adm 1,11; 2CtaF 23
Jn 6,57 2CtaF 23
Jn 6,64 Adm 1,6; 1CtaF II,21; 2CtaF 3; Frag I,25; 1 R 22,39; Test 13
Jn 8,11 CtaM 20
Jn 8,41 1 CtaF II,6; 2CtaF 66; Frag I,65; 1 R 21,8
Jn 8,47 CtaO 34
Jn 9,35 Adm 1,15
Jn 10,11 Frag I,19; 1 R 22, n. 93
Jn 10,15 1CtaF I,13; 2CtaF 56; Frag I,19; 1 R 22, n. 93
Jn 11,27 CtaO 26; Frag I,76; II,19; 1 R 9,4
Jn 12,6 Adm 4,3; 1 R 8,7
Jn 12,13 ExhAD 8
Jn 12,28 1 R 22,41
Jn 13,14 1 R 6,4
Jn 14,6 Frag I,26; 1 R 22,40
Jn 14,6-9 Adm 1,1-3
Jn 14,23 1CtaF I,6; 2CtaF 48; Frag I,16; 1 R 22,27
Jn 15,7 Frag I,22; 1 R 22,36
Jn 15,12 1 R 11,5
Jn 15,13 Adm 3,9
Jn 15,20 1 R 16,13
Jn 17,1 1 R 22,41
Jn 17,6 1CtaF I,14; 2CtaF 57; Frag I,27; 1 R 22,42
Jn 17,8-9 1CtaF I,15-16; 2CtaF 58; 1 R 22,42-43
Jn 17,10 1 R 22,44
Jn 17,11 AlD 2; 1CtaF I,14.18; 2CtaF 56.59; OfP 1,5; 1,9; 4,9; 5,9; 6,12; 1 R 22,45; 23,1
Jn 17,13-15 1 R 22,46-48
Jn 17,17-20 1 R 22,49-53
Jn 17,17 1CtaF I,17; 2CtaF 58-59
Jn 17,19 1CtaF I,17; 2CtaF 59
Jn 17,20 1CtaF I,18
Jn 17,23 1CtaF I,18; 1 R 22,53
Jn 17,24 1CtaF I,19; 2CatF 60; Frag I,28; 1 R 22,55
Jn 17,26 1 R 22,54; 23,3
Jn 19,11 SalVir 18
1Jn 3,10 1 R 21,8
1Jn 3,1 4 CtaCle 3
1Jn 3,18 Frag I,30; 1 R 11,6
1Jn 4,16 1CtaF II,19; 2CtaF 87; Frag I,15.43; 1 R 17,5; 22,26
Ap 1,5 CtaO 3
Ap 2,11 Cánt 13
Ap 3,19 Frag I,71; III,4; 1 R 10,3
Ap 4,8 AlHor 1
Ap 4,9 Cánt 1
Ap 4,11 Cánt 1; ExhAD 2; AlHor 2
Ap 5,12 ExhAD 15; AlHor 3
Ap 5,13 2CtaF 61; AlHor 8
Ap 7,9 1 R 23,7
Ap 14,7 ExhAD 1
Ap 19,3 1 R 23,6
Ap 19,4 1 R 23,6
Ap 19,5 AlHor 6
Ap 20,6 Cánt 13
[En Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, núm. 24 (1979) pp. 459-484]